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Educar con pausas.

  • infantsnatural
  • 11 ene 2016
  • 2 Min. de lectura

Después de esta pausa de vacaciones, parece habernos empujado de nuevo el señor de las prisas. El conejo de Alicia en el país de las maravillas, el que siempre llegaba tarde.

Frente a mi casa hay una escuela. Cada día entran de forma apresurada todo tipo de familias con sus hijos.

Son las nueve de la mañana.

En la mayoría hay un paso agitado, un padre o madre por delante de ellos que los arrastra con un hilo invisible y les dice: “Date prisa”.

También los hay que llegan en coche y sacan a sus hijos a empujones sutiles y salen despavoridos, de nuevo, a la carrera.

En esas, llega el mediodía, la hora de comer, y pasa igual. Lo mismo para la entrada de vuelta a las tres, los que han tenido la fortuna de comer en casa. Y así una y otra vez. Desayuno, comida, merienda y cena. Inglés, patinaje, fútbol y tenis.

En las calles, en las casas, en los parques, en el súper, en el baño, frente al plato de sopa: “Date prisa”.

Me comentaban hace unos días unos amigos que habían recibido el informe trimestral de su hija de tres años donde les decían que era lenta.

Esa frase, de entrada descriptiva, nos produce una sensación de que algo falla, de que algo pesa, de que esa niña debería cambiar y aprender a ser más rápida. ¿Rápida por qué? ¿Rápida para qué?

Por alguna sinrazón tanto en la escuela como en la casa se reconoce y se premia la rapidez con la que se contesta tal cosa, se hace tal ejercicio, se termina el almuerzo, se viste.


En cambio, los ritmos de la infancia son lentos, o por lo menos deberían serlo. Se necesita tiempo para observar, contemplar, para experimentar, para equivocarse. Tiempo para prolongar vivencias que aportan conocimientos, repetición para crear seguridad.


Tan sólo con el ejemplo podemos mostrar cómo hacerlo. Sacarnos de encima ese conejo de Alicia y, dentro de nuestras posibilidades, que son muchas si las buscamos, dar tiempo a los niños de mirar durante un rato cómo aquella mariposa se para en aquella flor, como me observo las manos llenas de barro y las froto una y otra vez, como mis huellas en este charco desaparecen, como la ola me persigue y yo la esquivo.


A su vez en Infancia Natural creemos que hay que “poblar la escuela de “pausas”, de vacíos, de silencios, de quietud.... es devolverle un corazón sano, un antídoto contra la ansiedad y una vacuna contra la tensión, el cansancio y la crispación. Las pequeñas pausas, como la gran pausa estacional que representa el invierno, son matrices donde se pueden gestar y dar a luz nuevas primaveras. El desbordamiento creativo de la primavera se gesta en el silencio y quietud de la pausa del invierno.” TORO, J. M. (2005): Educar con “Co-razón” (5ª edic.) Bilbao. Desclée de Brouwer

 
 
 

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